Te esperé sentada en la orilla de
un río helado, blanco horizonte, blancas nubes velando a un sol de plata.
Te esperé con mil historias
hilvanadas a la bastilla de mi falda, a
los rizos dorados de los destellos. A la costumbre, al hambre, a la sed del
alma.
Y entre tanto, vi caer el fuego
en las calles. El fruto maduro de las ramas desaparecer en la tierra muerta
infecta de babas de larva. Abrirse y cerrarse ventanas con manos temblorosas y
temores en la mirada. Las puertas se pintaron de amarillo, el color infame de
la cobardía y, las pisadas vestidas de cuero; negar la libertad a golpes de
zancada.
Todos miraban el grito rojo y
negro, que como un espectro en cualquier pesadilla, crecía día a día hasta
secar la música que el viento hace vibrar en la esperanza. Se atragantaron de
carne ulcerada, se calentaron con hogueras de piernas y brazos, de ojos sin
vista. De trenes cargados de vida, de chimeneas escupiendo oraciones, de
milagros que no se cumplirían.
Entre tanta realidad: te esperaba…Sentada
en la orilla de un río helado, sin darme cuenta, que yo, también me helaba.
*Rocío Pérez Crespo*